Hartazgo
Las palabras cansan ¿sabes?
Lo que despreocupadamente llamamos vida se construye a partir de ellas.
¿Recuerdas cúando antes podía escucharte por horas?
Reproduciendo la misma sensación una y otra vez.
Armábamos sentencias eufemísticas sin trabajo.
Lo disfrutaba hacerlo contigo.
Rebobinábamos sin fin el tiempo cada vez que estábamos frente a frente.
Abríamos nuestras bocas.
Intercalábamos pequeñas sonrisas, tímidas risas y dulces complicidades.
Sí.
Cuando podía escucharte por horas.
Pero hoy me he levantado sordo.
Mi labios han entumecido.
He detenido el tiempo.
Extraviado adrede el deseo de rebobinarlo.
Las palabras me han cansado.
De tu boca se escuchan a hiel.
Se han pervertido.
No deseo regocijar mi vista con ellas.
Porque las has vuelto densas y oscuras.
Las vistes de necedad. De delirio estúpido y desfalleciente.
Las pequeñas sonrisas, las tímidas risas, las dulces complicidades... vacías... frías.
Las deseas sumisas.
Pero no.
No.
No cuando ya no puedo escucharte por horas.
Sí ayer, cuando vivía.
Cuando el tiempo carecía de carcelero.
Las palabras mueren ¿sabes?
Quisiera una última vez mitigar el dolor tuyo con las mías.
Pero no dejas. Las asfixias.
Las condenas simplemente por oírlas.
Junto al extravío mi voluntad también se ha unido.
¿Para qué minar tus palabras?
¿Para qué una a una?
Ayer me levanté sordo. Mudo.
Hoy, he decidido partir.
Tomar una a una mis palabras.
Próscritas. Malditas.
Incapaces de brindarte las pinceladas de mundo que deseas.
Quizá... cuando el tiempo carecía de manecillas.
Había esperado al pie de las escaleras mucho tiempo.
Ansiaba en suave olaje o salvaje marea tus palabras
Cuando el tiempo carecía de hartazgo.
El árbol está muerto.
Nuestro.
Sus hojas se han marchitado.
Al igual que tus palabras
Se cuelan, Caronte, en tu barcaza.
Cuan diferente más que el ayer.
Cuando podía escucharte por horas.
Cuando el tiempo carecía de carcelero.
Cuando el tiempo carecía de manecillas.
Cuando el tiempo carecía de hartazgo.